Después de las tormentas siempre viene la calma, exactamente igual que después del día llega la noche. Aquí, en la calma absoluta teñida de azul verdoso y bajo el resplandor de los pocos rayos de sol que nos quedan, aún se puede contemplar a una muchacha intentando levantar una vela, y lo consigue. Se desliza suavemente como un pato en un estanque. Relajado, echo el ancla entre las rocas para no dejar escapar los pensamientos que circulan y convierto el espigón en una isla. Con la misma tranquilidad puedo observar cuerpos semidesnudos que seguramente se escandalizarían si los viese en sostén y bragas.
¡Pero si es lo mismo!
¡Cuanta hipocresía!
Pero así es el mundo, o te agarras a él y navegas bajo el timón del capitán o te quedas en la isla viendo pasar barcos.
Muchas veces dudo, muchas veces no sé que hacer. Muchas veces me quedaría en la isla esperando, amarrándome a cualquier otro barco con cualquier otro capitán que pasara frente a mi isla. Pero para ello ya están mis creadores, para aliviarme de cualquier duda, para decidir por mí en todo momento lo que es y no es correcto. Perezoso de mí, por no poner mis neuronas a ejercitar, me dejo llevar. Lo más fácil y lo que más me cuesta.
Yo quiero ser capitán, capitán de mi propio barco. Yo quiero ser capitán y luchar contra las tormentas, no quiero sentir como otro capitán me arrastra, intentando reparar el rumbo que fijo como remero rebelde.
Y continuo viendo cuerpos semidesnudos, desde mi isla, la que no se mueve. Aca me quedo porque me siento a salvo, contemplando sirenas y dispuesto a coger el timón cuando la marea crezca, y mientras tanto, contemplo sirenas cigarro adulterado en mano.